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Heinrich Heine, las lieder del pueblo

Francisco Valero | 18.09.2009 13:57 | Analysis | Culture | Globalisation | Liverpool | World

Durante más de 30 años, toda su vida consciente, Heinrich Heine fue leal a la causa de la libertad. El hombre, un hombre de su tiempo, más no un titán, del que Goethe dijera que si no fuera tan golfo sería el mayor poeta de Alemania.



Las lieder del pueblo de Heinrich Heine

Francisco Valero

Durante más de 30 años, toda su vida consciente, Heinrich Heine fue leal a la causa de la libertad. El hombre, un hombre de su tiempo, más no un titán, del que Goethe dijera que si no fuera tan golfo sería el mayor poeta de Alemania, era un mundo en transformación.

En ese tiempo, la opresión era no tan solo la opresión judía, además se encontraba la opresión de los pueblos por los imperialismos. Aunado a la desunión de pueblos como Alemania, se producía la opresión capitalista, la de los banqueros y burgueses, delineada en los suaves compases de la historia, en Die Wanderratten :” Los burgueses empuñan las armas/los curas tocan las campanas…” Ese es el universo donde Heine compone, donde ve la poesía como una fortaleza liberada, conquistada, mientras la prosa sigue esclava de los avatares del mundo. En la poesía, encuentra su paraíso de bondad, su “tierra prometida”, la libertad que reclama a gritos furiosos.

Heine, a diferencia de muchos poetas en toda Europa que militaban en las filas del romanticismo, no se fue por su propia voluntad. No figura en su obra el suicidio como una patria soñada a la que tendiera, aunque en su Alemania, un cuento de inverno exclame: “Sí, eso de que antes nos fue tan mal/en Alemania, es una exageración/ se podía huir de la esclavitud/como en la antigua Roma, suicidándose” (AUCI, p. 251).Fue el último poeta romántico y el primer poeta postromántico de Alemania, inaugurando las letras modernas. Para Heine la alternativa a esta vida opresiva y gris que las humaredas llameantes de la incipiente Revolución Industrial ofrecían a los pueblos no era la muerte, la desaparición individual, la desesperanza, la búsqueda del vacío existencial, sino otra vida, la afirmación social, el hegelianismo de izquierda, de la sociedad la Joven Alemania, el socialismo utópico, el marxismo…. Como afirma Menéndez Pelayo, a Heine es muy difícil intentar encerrarlo en clichés simplistas en sus posiciones tanto literarias como políticas, a un alma tan compleja y por qué no decirlo, contradictoria.

En sus alforjas poéticas llevaba un mundo nuevo no solo para las letras alemanas sino también para las universales, aún cuando Alemania siempre se recortara, ahí al fondo, en los trascabos de su pensamiento, como en Anno 1839 donde declama: “Oh, Alemania, amor lejano/casi lloro pensando en ti…”. Pero Heine no es un vulgar patriota, no es un chauvinista. Y dirá: “me cae fatal esa chusma que, para conmover los corazones,/va luciendo su patriotismo/con todas sus úlceras”. (AUCI, p. 243,)


Heine nos lo explica, comentando su Historia de la filosofía alemana: “A pesar de mi simpatía por el sentimiento universalista de los franceses, a pesar de mi cosmopolitismo filosófico, persevera la vieja Alemania con sus prejuicios burgueses en mi pecho”. Se enoja con Alemania pero no puede ser francés. Nunca se naturalizó mientras vivía en París.


En H. Heine el alejamiento es extrañamiento, Como sucede con su amado Rhin, cuando le canta tras trece años de exilio,: “¡Oh padre mio Rhin, saludos!/Dime, ¿cómo te ha ido?/Muy a menudo pensé en ti/con nostalgia y con anhelo”. (AUCI, p. 57). Y también, sí, es nostalgia, sin duda: “¡0h, cómo añoré la dulzura/del edredón de mi patria/cuando yací en duros jergones/en la desvelada noche del exilio”. (AUCI, pag. 77)


En Heine subyace el alma alemana, en esa particular relación de amor-odio con su patria. Es la añoranza por el land, por la tierra. La esperanza de un futuro mejor para Alemania.


Su padre Rhin es tan alemán como francés. Le cansa no un país sino lo viejo. Eso primero le cansará de Alemania y luego de Francia, que ya no llevará calzones (culottes) blancos sino rojos. Tal es la naturaleza de la aparente contradicción en diversas épocas de su vida, deseando unas veces estar en Paris y otras en las ciudades alemanas. “El aire francés, de ordinario/tan ligero, empezó a oprimirme;/debía respirar la atmósfera/ de Alemania para no ahogarme/ Añoraba el olor a carbón de turba,/a humo de tabaco alemán;/mis pies temblaban de impaciencia/por pisar el suelo alemán”.(…) “Y cuando llegué a la frontera/sentí un palpitar más fuerte en mi pecho; incluso creo que empezaron a gotear mis ojos/ Y al oír la lengua alemana/sentí una cosa extraña:/creo que era como si el corazón/sangrara muy a gusto”. (AUCI p. 71)


Y cuándo su mamá, como alter ego en su inmortal Alemania, un cuento de invierno, le pregunta a su regreso del exilio, tras trece años: “¡Hijo mío querido! en qué país/ se vive mejor/ ¿Aquí o en Francia? ¿Y a qué pueblo/le das tu preferencia?” La respuesta del poeta es clara: “El ganso alemán, querida mamá,/ es bueno, pero los franceses/rellenan el ganso mejor que nosotros,/también tienen mejores salsas”.Para luego afirmar en la misma obra, expresándose ahora a través de la voz de la diosa: “Quédate en Alemania, te va a gustar/ esto más ahora que antes;/ vamos progresando, seguro que tú mismo/has notado ese progreso”. (AUCI; p. 251) ¿Acaso el poeta se hace mayor y más indulgente? Es probable que así sucediera.


Heine gozó de un reconocimiento público en vida a pesar de las penurias económicas, como las atravesadas en su exilio parisino. ¿Y se debe decir exilio o encuentro? Para el espíritu de Heine era una sucesión de tiempos intensos y contradictorios, hoy Francia, hoy Alemania resurgiendo como ave fénix de las cenizas del pasado.


El espíritu de Heine hubiera solucionado la dicotomía germanofrancesa, que luego, históricamente, sería causante de dos guerras mundiales. Pero la lógica interna de las ambiciones del imperialismo era de naturaleza extraña a los acordes de su lírica. Así, a la par, en una contradicción dialéctica exalta en su obra a Francia, lo mismo que haría Marx, por encima de las tribus de esa Alemania dividida que horrorizan el espíritu heiniano.


Ante la vieja Alemania, se yergue el espíritu joven de la Francia Revolucionaria. Este es el espíritu de Heine. Karl Immermann publicaría en mayo de 1882, en las páginas de el Rheisnich-West-Faelische Azeiger una critica perenne sobre el poeta: “En la mayoría de las producciones de Heine vibra una riquísima vena vital, Heine tiene lo primordial y más importante de un poeta: corazón y alma, y también lo que resulta de ello: una historia íntima. De esta suerte se nota en los poemas que Heine vivió una vez y sintió su contenido. Heine es un adolescente auténtico y esto quiere decir mucho en una época en que los hombres nacen ancianos”. (Citado en Max Brod) Es un Quijote contra los molinos de viento de la desunión alemana. Es el poeta que ve en los escritos de Hegel la cumbre máxima de la filosofía clásica alemana, el preludio de la revolución antes de que sucediera. Heine es un visionario. Se adelanta a su tiempo. De ahí nacen tanto la incomprensión como los celos, la envidia de Plater y otros. La nueva era de las letras germanas está naciendo con los versos de Heine que va a encontrarse con el pueblo en sus cantos.


El espíritu de Heine, es el espiritu revolucionario de la libertad. “Solo la libertad produce espíritu, solo el espíritu produce libertad”, llega a expresar. O en los versos: Jene Menschen sind toool, so sagt ihr, von heftigen Sprechern/Die wir in Frankreich laut hoeren auf Strassen und Marka/Mir auch scheinen sie toll, doch redet ein Toller in Freiheit/Weise Sprüche, wenn auch! Weisheit im Sklaven verstummt (Están locos, decís, esos hombres que hablan tan violentamente y cuyas altas voces oímos en Francia y en las calles y en el mercado. A mi también me parecen locos; más, en libertad el loco pronuncia sentencias sabias, mientras enmudece la sabiduría del esclavo).


La afirmación de la revolución en Heine es más natural, nace de toda su evolución personal. La revolución francesa es para él un acontecimiento legítimo, vivido, que deja profundas huellas en el alma porque ha fulminado y herido con sus relámpagos ensordecedores todo aquello que Heine odiaba a su modo y rechazaba. En esto estriba toda su fuerza. Heine desemboca en la revolución pero sin fundirse con ella. La universalización del propio Yo desvanece en cierta medida los límites de la persona para acercarlos a los de la colectividad, que es su contrario. Necesita estar en Paris y prepara todo para ir a la Francia libre ensalzada, es un exilio necesario, inconscientemente buscado, necesitado. Al poeta le ahoga la atmósfera de Alemania. Posteriormente, le ahogará la de Francia. Este es el ahogo vital de los románticos, pero en Heine no conduce a la autodestrucción individual sino a la afirmación ante el mundo de su inquebrantable fe en el porvenir por medio de la transformación social.


Que nadie piense que Heine era un estrecho nacionalista, un chauvinista. Es necesario repetirlo para que quede bien claro. Su carácter y espíritu revolucionario y su alejamiento del estrecho espíritu filisteo chauvinista de las clases dominantes de Alemania, ensalzando a la Francia ilustrada y revolucionaria le ganaron la justa y merecida antipatía, una medalla en verdad, de la plutocracia nacional. En la cuerda lírica de su alma solo tenía cantos universales.


Para Heine el pueblo era lo fundamental. Las raíces de Heine son profundamente populares. En él, el fondo “pueblo” no es artificial. La prueba de ello no reside en sus poemas sobre la rebeldía popular sino en su lirismo. Aún cuando el propio Heine, en una humildad que nadie le exigía, no considerará sus cantos como canciones populares, sino tan solo en la forma. Y a pesar de lo que él mismo opinaba de su obra, el pueblo de Alemania y otros pueblos germanos adoptaron muchas como sus cantos populares. 8.000 de sus cantos fueron musicalizados por Schubert y otros grandes compositores. En carta a Wilhem Müller (citada en Max Brod, pág. 200) expresa: “Desde muy joven me he dejado influenciar por la canción popular alemana; más tarde, cuando estudié en Bonn, August Schlegel me abrió el acceso a muchos secretos métricos, sin embargo no creo haber encontrado el sonido puro y la simpleza neta que anhelé siempre, sino en las canciones de usted. Qué puros, qué claros son sus poemas; y todos son poemas populares. En cambio los míos no son populares sino por la forma, su contenido pertenece a la sociedad convencional”. Tampoco se puede afirmar que El Capital de Karl Marx sea popular. ¡Pero qué importancia y qué influencia tiene! Lo mismo es válido aseverar de los cantos de Heine.


¿Que entiende Heine por “patria”, por “pueblo”? Cuando el pueblo, las clases trabajadoras, hablan de la defensa de la patria, se representan la defensa de su casa, de su familia y de las otras familias contra la invasión del enemigo, contra las bombas y contra los gases. No la guerra de rapiña, conquista e incluso la anexión, la patria de los burgueses, curas y banqueros que detestaba Heine y de los que hacia escarnio público en sus composiciones, los cuales lo forzaron al exilio, a no poder obtener su titulo de derecho a pesar de ser doctor juris. Y un pueblo como el alemán, que forja poetas de tamaño calibre nunca podrá ser un pueblo esclavo.

Heine necesitaba atarse a esta tierra en la figura de la Francia revolucionaria, de su amado país por el que sangraba o de su amada, para no volar tan alto que fuera inalcanzable, perderse para siempre en el limbo de los románticos. Y fue un viaje para el que no tuvo acompañante. En su interior llevaba el resorte creador de su propio destino, que no era otro que el destino de los pueblos: su exilio interior, su soledad del corredor de fondo, su fe inquebrantable en el futuro luminoso de Alemania y de la humanidad, su lucha hasta el último hálito en combate no contra molinos de viento, como cuando hace el prólogo a una edición del Quijote sino contra la enfermedad terrena, su optimismo histórico….todo esto hace de Heine el más grande poeta moderno de Alemania, el Dante de las letras alemanas. Aun así era un alma inasible, en perpetuo movimiento, en la búsqueda de los enigmas absolutos del hombre, del amor y de la sociedad, su santísima trinidad personal, junto a la literatura.


Heine, a diferencia de Mariano José de Larra y de otros, nunca se marchó por propia voluntad, diciendo adiós con su sangre a un amigo desconocido. Con su ironía y ternura se marchó sin protestar contra la vida, contra sus últimos años postrado en su “cama-tumba” como la llamaba. Su ironía correspondía más en las letras castellanas a Quevedo que a Gustavo Adolfo Bécquer. Incluso sentía más inclinación en sus estudios sobre las letras judías por remontarse a tierras hispánicas que a Polonia. Era su escudo contra las agresiones del mundo, desde el sarcasmo taladrante de Eduard Gans hasta la desconfianza de su tío y ante la guerra.

H.Heine, en sus formas directas, nada diplomáticas, en esa tierna agresividad no intentaba otra cosa que protegerse de la época brutal en que había nacido. La insolencia no era arma sino defensa de un espíritu sensible.

La revolución penetra con toda su fuerza en Alemania: un cuento de invierno. Heine no fue extraño a la revolución. Pero no eran de la misma naturaleza. Heine, era un ser interior, tierno, lírico .Y la revolución es épica, pública, llena de desastres.


El ideal del socialismo penetró violentamente en la estructura de sus versos y en sus imágenes. Heine “no era de este mundo”. Lo que destaca es la sinceridad interna de la poesía de Heine, cada una de cuyas estrofas está escrita con la sangre de una frustración, de una herida sin cicatrizar.

El lirismo de Heine no hubiera podido desarrollarse hasta el final más que en una situación en que la vida fuese armoniosa, feliz, llena de cantos, de lieder, no en una época regida por el combate violento sino por la amistad, el amor, la ternura. Para Heine tan necesario era conquistar el derecho al pan, como el derecho a la poesía. Heine era un visionario, un constructor de futuro y no eran las diosas que invocaba quienes ponían ante sí el futuro de Alemania sino el talento creador de su propio lirismo. Heine, veía más allá, tanto que le valió el comentario elogioso de Friedrich Engels, de que sólo un hombre tenia el talento para ver más allá, “cierto que esto hombre se llamaba Heinrich Heine”.

Engels dirá en su Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana de Heine: “Lo mismo que en Francia en el siglo XVIII, en la Alemania del siglo XIX la revolución filosófica fue el preludio del derrumbamiento político. Pero ¡cuán distintas la una de la otra! Los franceses, en lucha franca con toda la ciencia oficial, con la Iglesia, e incluso no pocas veces con el Estado; sus obras, impresas al otro lado de la frontera, en Holanda o en Inglaterra, y además, los autores, con harta frecuencia, dando con sus huesos en la Bastilla. En cambio los alemanes, profesores en cuyas manos ponía el Estado la educación de la juventud; sus obras, libros de texto consagrados; y el sistema que coronaba todo el proceso de desarrollo, el sistema de Hegel, ¡elevado incluso, en cierto grado, al rango de filosofía oficial del Estado monárquico prusiano! ¿Era posible que detrás de estos profesores, detrás de sus palabras pedantescamente oscuras, detrás de sus tiradas largas y aburridas, se escondiese la revolución? Pues, ¿no eran precisamente los hombres a quienes entonces se consideraba como los representantes de la revolución, los liberales, los enemigos más encarnizados de esta filosofía que embrollaba las cabezas? Sin embargo, lo que no alcanzaron a ver ni el gobierno ni los liberales, lo vio ya en 1833, por lo menos un hombre; cierto es que este hombre se llamaba Enrique Heine ” En 1833-1834, Heine publicó sus obras "Escuela romántica" y "Contribución a la historia de la religión y de la filosofía en Alemania", en las que defendía la idea de que la revolución filosófica en Alemania, cuya etapa final era entonces la filosofía de Hegel, era el prólogo de la inminente revolución democrática en el país.

Heine clamaba contra los charlatanes de la Cámara de Representantes de Francfort, que eran dichosos cuando se remontaban “al reino eterno de los sueños” (im Luftreich des Traums). como expresa en Alemania: un cuento de invierno. Y arremete en La disputa sentenciando: “Cada palabra es un bacín y, además, lleno”. Toda la poesía de Heine rebosa de ese espíritu amplio que nos grita, a la manera de Danton : “Audacia, audacia y más audacia”. Heine abrazó la causa y el espiritu de la revolución, a través de la Gran Revolución Francesa.



Aunque a veces se le haya adjudicado ese epíteto Heine no fue el “Byron alemán”. Heine fue simplemente Heine. Y con él las letras alemanas se hicieron nacionales, no tan sólo universales. Heine amaba a la vida y deseaba ser amado. Mientras más perseguía el amor, éste más parecía rehuirle, mientras más intimista era su canto amoroso, el caprichoso destino parecía preservarle para entonar los cantos mayores del amor, no del amor individual sino universal, no de una piel sino de la piel de los pueblos, de la revolución. En L’Intermezzo yace su lira destrozada ante los avatares adversos de Cupido:



Si supieran las flores
Cuán triste y lacerado
Está mi corazón, derramarían
De sus perfumes, en mi herida, el bálsamo.
Si supieran las aves
Cuán triste y cuán enfermo
Estoy, alegres cantos
Dieran, por distraer mi pena, al viento.
Si las estrellas de oro
Conocieran mi pena,
El cielo dejarían y a prestarme
Consuelos de fulgores descendieran.
Pero ¡ay! que nadie puede
Conocer mi quebranto;
Ella sólo lo sabe,
Ella, que el corazón me ha destrozado.



Sus figuras literarias son tiernas y trágicas. Muchas de sus imágenes, contracciones y giros han entrado en la literatura y en ella permanecerán para siempre. La frase artística de Heine es casi siempre importante y a veces grandiosa. El poeta se lleva a su reino lo mismo la guerra que la revolución, la intimidad que el mundo, el paraíso que el infierno, el amor y el desamor. Y es en la soledad, ante la soledad del espejo donde el poeta se refleja. “Soy de naturaleza práctica/ y estoy siempre callado y tranquilo/mas cuanto imagina tu espíritu/ yo lo realizo, yo lo hago/ Y aunque pasen los años, yo/ no descanso hasta que transformo/en realidad lo que has pensado;/tú piensas, y yo, yo actúo/” (AUCI p. 71) Aquí oímos traducido al lenguaje poético los acordes de la Tesis XI sobre Feuerbach de Friedrich Engels.



El Yo lírico se reafirma. En Heine la sombra creadora de los románticos no viaja como musa sino como espectro, alegando “No soy un espectro del pasado…”. Es el poeta del movimiento. En su obra a cada paso se percibe movimiento. El no sólo lo piensa, lo ejecuta. Sus propias contradicciones, y la contradicción en sí, son movimiento. Su poesía tiene la estructura orgánica de la prosa. Y un dominio magistral de la técnica. Aunque no logra que su prosa tenga una sólida construcción, un todo. En cambio, su poesía, es prosa versiculada, articulada, construida intentado perseguir un todo. Pretende que cada párrafo, cada giro y cada una de sus imágenes sean un maximun, un límite, una cumbre. Unas veces lo logra, pero en otras ocasiones esa misma pulsión poética frena el movimiento y produce su contrario, una calma y aleja la concepción del todo y delinea la parte como fundamental. El exceso de violentas metáforas conduce a la calma no a un movimiento superior.



Su lenguaje irreverente e incluso cínico, su verso ácido y cortante se burla de todos los estamentos del sistema. Con la figura de los Reyes Magos como diana logra la destrucción verbal de la monarquía prusiana. Se encuentra aquí a un Heine ateo, republicano, irreverente y soez. Ante el discurso que le pronuncia un rey mago indicándole por qué debía respetarlo el poeta responde con versos de antología: “En primer lugar porque era un muerto/y en segundo porque era un rey/y en tercero porque era un santo…/Nada de ello me conmovió/Le di por respuesta una carcajada:/ ¡En vano te incomodas!/veo que todas tus relaciones/pertenecen al pasado”.



Para Heine nada es eterno. Todo muere. Se coloca así en el campo del materialismo filosófico. “La libertad exterior práctica /acabará un día con el ideal que llevamos en el pecho. ¡Era/ tan puro como el sueño de los lirios!”. Toda la fuerza de la poesía de Heine vibra, se hace sentir aquí no cuando habla del ideal o incluso de la libertad sino en la figura arrebatadora del “sueño de los lirios”, que es “puro”. Aquí vibra toda la lira interior de Heinrich Heine, el poeta de los pueblos de Alemania. Si todo lo que nace perece del mismo modo, en Francia se lamentará ante el sepulcro de la revolución que ya no ondea sus banderas sobre Paris. Y lanzará el desgarrado grito desilusionado: “Vive le Empereur!”.

Era un espíritu libre cuya naturaleza no pertenecía al mundo de su tiempo. Era un poeta del por-venir. Las almas bien pensantes de Alemania siguen sintiendo miedo ante el espectro de Heine.¡No es para menos! Léase estos versos, en conversación imaginaria con Barbarroja, y tiemblen: “Si no te agrada la guillotina/seguiremos con los antiguos procedimientos/la espada para los nobles, la soga/para los burgueses, y lo aldeanos al trullo” (cárcel, Nota mía). /Pero cambia de vez en cuando y haz/ que cuelguen a los nobles y decapita/un poco a burgueses y campesinos,/pues todos somos hijos de Dios”. No queda ninguna duda de por qué Alemania, un cuento de invierno fue publicado por entregas en el órgano de la Liga de los Comunistas, el legendario Vorwäts ( Adelante), que se publicaba en París, para que pudiera ponerse al alcance de los obreros.



Heine es el poeta del pueblo. Y sus versos convocan a la rebelión. Esa es la razón. Eso explica el silencio, ser vituperado, ganarse la honrosa distinción de ser el poeta maldito de Alemania. Muchos otros, en el campo de la poesía y la filosofía dijeron cosas más fuertes, como Nietzsche pero nadie ha sido tan atacado y escondido a la vez como Heine. Junto a su amigo Karl Marx reciben el honor de ser las figuras más atacadas de Alemania hasta nuestros días. No es poco el mérito, no es poca la fuerza de sus palabras para haber podido alcanzar tan alta gloria.



No menos fuerza cobran las imagines vívidas del Jesucristo revolucionario del que irónicamente, tras decir que si la imprenta hubiese existido entonces la censura lo hubiese salvado de la cruz, y tras tratarlo de “primo mio” y de “el loco, salvador de la humanidad” concluye magistralmente con un dominio absoluto de la técnica literaria:: “Cambistas, banqueros incluso/echaste del templo a zurriagazos…/¡Desdichado iluso, ahora cuelgas de la cruz/ como aleccionador ejemplo!”. Como Jesús, Heine no siente ningún martirio, no se ve a si mismo como un héroe, no siente cargar una pesada cruz al abrir caminos al porvenir a las letras alemanas, modernizándolas.



Cuando se lee el inicio de su capítulo XV, de Alemania, un cuento de invierno (p 149), su “Cae una lluvia fina, helada”, esa imagen tan pura, tan intensa, tan real, nos transporta inmediatamente y no se puede menos que recordar el inicio del gran poeta español Antonio Machado en los años 30, un siglo después, y sentir la inspiración de Heine: “Llueve, tras los cristales, llueve y llueve”. Es la misma música, la misma sonoridad creadora. Y cuando canta:” Por el portón salen tres jinetes” cómo no sentir que Federico García Lorca bebió en las fuentes de Heine.



Heine es el poeta sincero. En su estilo no hay amaneramiento. Las figuras son heladas cuchillas que caen sobre la conciencia del lector, lo mismo el retrato de países fríos o encendidas hogueras de las pasiones humanas. No hay equilibrio en Heine. No puede haberlo. No tiene término medio. Pasas del invierno, en un titulo irónico, que comienza con su alusión a una “Alemania” por unificar, por crear todavía a las pasiones de las sílfides sin solución de continuidad. La vida es una sucesión de desequilibrios, de excesos, nos dice el poeta con sus figuras literarias. La revolución, en sí misma, también es un exceso de la historia. Por eso Heine la puede tutear. Son de la misma naturaleza vital.



La lírica de Heine, es sobria y grandiosa la vez, aborda temas universales, el amor, la desventura, la revolución, la guerra, el exilio. El ingenio no se muestra frío, con una coraza contra el dolor sino alegre a pesar de las adversidades, que son vistas como parte del camino de la vida y de la renovación. La ironía se muestra coqueteando con una dosis de cinismo, como una defensa contra las agresiones. Heine, a diferencia de Goethe, es apasionado subjetivismo. En él son tan importantes los infortunios de su amor como las grandes batallas de la Revolución.

Heine es un romantique défroqué, un “romántico que había colgado los hábitos” Para él mismo, su Atta Troll es “la última libre canción de los bosques del romanticismo”. Y dirá: “ Soy su último poeta; conmigo se cierra la vieja escuela lírica de los alemanes mientras se abre conmigo, a un tiempo, la escuela nueva, la lírica alemana moderna. Este doble significado me lo atribuyen los historiadores alemanes de la literatura”. Es como el Dante, que fuera el último escritor de la Edad Media y el primero del Renacimiento.

El romanticismo, en cierta forma, es hostil a la vida verdadera, “histórica”, deseoso de una vuelta a la simpleza, a las imágenes campesinas, a la vida gozosa, a las honduras del “yo”. La vuelta romántica a cierta Edad Media de las letras son resabios del viejo panteísmo germánico. Para Heine, restos de creencias religiosas populares.

La ironía romántica conduce de lo cotidiano al mundo superior, del mito y la leyenda, de la ensoñación. La ironía de Heine toma el camino contrario, hace bajar el cielo del romanticismo a la tierra, con sus chistes lo devuelve a ras de piso y lo hace entrar en la Historia. Destruye el sueño, la ensoñación, en favor de la realidad.

El ritmo de la prosa de Heine también se nutre del recurso al martilleo repetitivo del und. Si la repetición es la madre de todas las ciencias, este und denota la repetición litúrgica de los cantos hebreos. En la obra de Heine hay también frecuentes elisiones de la e final, la eliminación esquemática del verbo auxiliar y la singularidad de hacer seguir el objeto del acusativo a las formas verbales compuestas, en vez de colocarlo entre las particulas, hace notar en su crítica Max Brod. No hay orden en las palabras de Heine a veces, hay caos. Heine compone fractales líricos, siglos antes de que surgiera la teoria del caos. También en esto logró adelantarse al tiempo.


Sirva a modo de colofón apuntar que de Heine se puede decir lo mismo que profesó Engels ante la tumba de Karl Marx: “Su nombre vivirá a través de los siglos y con él, su obra”. Ni el silencio del oscurantismo nazi ni las prohibiciones de su obra en vida del autor han podido evitar que Herr Heine se siente, ocupe un lugar por derecho propio en el Olimpo de las letras germanas y en el corazón de los pueblos del mundo.

Francisco Valero

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